Ve el grabador encendido, piensa un instante y arranca Daniela
Herrero: “Hace poco escribí una poesía que hablaba de
los espejos, de los cambios, de cómo uno se ve, de cómo
quiere ser y de cómo pasa el tiempo sin darse cuenta de cómo
se ve y de cómo quiere ser. La empecé a la vez que me
preguntaba si lo que quería hacer era música. Me había
confundido la actuación. Estuve un año guardada en casa,
metida hacia adentro. Me agarró una especie de pánico. No
sabía si seguir cantando, ser actriz o trabajar como mesera.
Empecé a pedir ayuda, hice terapia... Por fin llegó el día
en que me dije: ‘Esto es lo mío, es lo que quiero
hacer, lo llevo en la sangre’. Resultó un momento
terrible, pero genial”.
Tiene apenas 20 años –lo sabe, lo recuerda a cada
instante– pero no puede definir si es una chica o una mujer.
En El espejo, su tercer disco, se cargó la producción
al hombro y se puso a rockear. Y lo hizo nueve años después
de aterrizar en la música. Claro, no había terminado la
escuela primaria y ya grababa aquel demo casero que –tras
recorrer caminos insospechados– llegaría a oídos de un
productor de Sony. Primer contrato a los 14, viajes a
Europa, otro disco, clubes de fans, año y pico de tevé (en
Costumbres argentinas, por Telefe), otro
disco...
–¿Te asustó tanto movimiento, Daniela?
–Sí (suspira). Un poco... Igual, más allá de mi
realidad actual, siempre me pregunto cuánto va a durar esto.
No tengo nada asegurado, salvo mi idea de darle para adelante.
–¿La actuación quedó definitivamente atrás?
–Por el momento sí. Quiero dedicarme a la música.
Hacer ambas cosas no me resultó. Lo de Costumbres…
fue algo que tenía que pasar. Conocí a gente muy copada y
crecí mucho, pero ya está.
–En ese momento estabas medio enojada…
–Es que no me cerraba tener que laburar catorce horas
por día y dejar de lado la música. Ese año no pude tocar y
me enojé bastante. Después entendí que hay tiempo para
todo. Recién tengo 20 años...
–Cantaste en el último disco de Fabiana Cantilo y en sus
shows del Gran Rex. ¿Te ves siguiendo una
carrera parecida a la de ella?
–Ojalá. Igual tengo sólo una idea: hacer lo que me
gusta. Cualquier cosa forzada se me notaría mucho y no me haría
feliz. Quiero seguir el camino que me dice el corazón. Suena
cursi, pero es así.
Papá batero, hermano bajista. Una pequeña sala de ensayo en
casa. Un cuarto en el altillo, repleto de discos de Joni
Mitchell, Sting, los Beatles, Jorge Drexler y Spinetta. Ya
desde chica, el rocanrol sobrevolaba el mundillo de Daniela.
Si cuando lo dejó entrar sucedió lo que sucedió, ¿por qué
no darle una nueva oportunidad ahora? De allí este tercer
disco y los cambios, que incluyeron su mudanza a Colegiales (“Un
departamento chico en donde tengo lo indispensable”),
donde convive con su perro Fausto, brinda con tinto y amigos y
alquila videos que ve sola. Sale para sus clases de canto,
para correr en la plaza y para visitar algún bar de vez en
cuando (“Muero por los poolcitos”, confiesa). La
soledad, dice, no la asusta. Salvo, bueno, en las implacables
tardes de domingo. “De repente miro alrededor y no veo a
nadie. Entonces salgo adonde sea”, admite.
–¿Terminaste tu relación con el actor Mariano Torre, a
quien conociste en Costumbres argentinas?
–Después de dos años decidimos separarnos. El todavía
es una persona muy importante en mi vida. Fue parte de un
proceso fuerte de cambio.
–¿Tenés ganas de encontrar un nuevo novio?
–No, para nada. Estoy concentrada en mis cosas.
–¿Cómo te ves como mujer? ¿Te bancás que te miren?
–Siempre fui tranquila. No soy de las que viven
seduciendo. Eso sí, si alguien me gusta está todo bien.
Aunque tiendo a escaparme.
–¿Te funciona la técnica?
–¡No! (risas). Tampoco tuve tantas experiencias: apenas
dos novios y con cada uno, una historia distinta.
–¿Qué recordás del primer noviazgo?
–Eh… Era más grande que yo… Fue bastante
complicado, un romance clandestino. Soy medio novelera en un
montón de cosas. Aguantamos bastante: dos años y pico.
–¿Sos coqueta?
–Me curé un poquito. Ahora trato de arreglarme. ¡Era
demasiado crota!
–¿Qué es lo mejor de ser una chica rocker?
–Los recitales en vivo. Me gusta hacer algo agresivo
sobre el escenario, rockear, ver a mi público… Salir a
tocar es lo más increíble del mundo.
Daniela, que llegó a la producción de fotos con una
guitarra, un pantalón flojísimo, sandalias bajas y el
ombligo al aire, eligió las prendas a usar. Descartó
enseguida un conjunto romántico color verde agua. “Me
tientan más la mini de jean y las botas de cuero”,
apuntó, antes de comer un tostado de jamón y queso, hablar
por celular y dejarse planchar el pelo. La nota continúa
frente a un espejo:
–En el primer corte de tu nuevo disco decís: “Alguien
que no vi quedó atrás”. ¿Hablás de vos?
–Cuando vas por la vida, te cruzás con mucha gente.
Algunos quedan atrás y vos sólo querés darle para adelante.
Me trabé –como todos– a mitad de camino. Pero pude parar,
pensar y arrancar de nuevo.
–Te tocó crecer muy rápido. ¿Hay algo de lo que te
arrepientas?
–De haber dejado la escuela. Los chicos me agredían.
Volvía todos los días indignada y llorando. La quería pasar
bien –necesitaba ese cable a tierra– y no podía, porque
me sentía envidiada. Un día llegué a casa y dije: “Mami,
no quiero ir más ahí”. Sé que hoy me lo tomaría de
otra manera.
–¿Algo más que lamentes?
–Nada de nada. Me siento una privilegiada. Al fin y al
cabo sólo tengo 20 años, ¿no?
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